miércoles, 21 de septiembre de 2016

Entre bastidores

Esta vez se trata de un espectáculo. En este espectáculo las risas son virtuales. Son reproducidas por un ordenador. El público no se ríe, aguarda serio y gélido. Se trata de una especie de representación dramática y las risas están para intentar descentrar al asistente y hacerle reír. Unos cantos de sirena extraños. En plan «ven a la hilaridad, acércate, no te pasará nada». La cosa se recrudece cuando alguien ríe. A quien se le escapa la risotada se lo llevan a un quirófano que hay tras el telón y le extirpan las cuerdas vocales (los espectadores están advertidos de esto). Esas cuerdas a continuación son tensadas y manipuladas para reproducir el sonido de las risas programado por ordenador que se oye en el auditorio. El verdadero espectáculo se da ENTRE BASTIDORES. De alguna manera esos instrumentos fonadores naturales han sido alterados para que transmitan a través de megáfonos las risas-trampa del espectáculo. No sé sabe cómo, la operación de extracción de las cuerdas y la incorporación de las mismas al sistema se hace rapidísimo después de que alguien ría y a veces se da el caso de que terminan con ello antes de que lo haga la obra, con lo cuál el operado es devuelto a su butaca y logra ver el final. Algunos encajan con honor la pérdida: «Bien por haber podido acabarla, mal por lo de no volver a hablar» (sabor agridulce). Se da la paradoja de que su antigua voz tiene la función de hacer que él se ría con una voz que ya no posee, en silencio, para sus adentros. Su vieja risa no deja existir en plenitud a la actual risa, pero la incentiva. Su voz robada, evacuada de él, constituye la causa de que sienta la necesidad de reírse pero es a a la vez causa también de que no pueda hacerlo.

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