sábado, 18 de julio de 2015

Hojas de firmas

Estaba hurgando entre mis libretas viejas y he dado con la típica hoja de firmas en bruto. Esa página sucia donde uno experimenta con su autógrafo. Entre las firmas, la mayoría de carácter caligráfico, hay dos que me llaman poderosamente la atención. Una pretende emular una fuente tipográfica de imprenta, rectilínea, bien pautada, de grosor regular; prescindo en ella de toda creatividad salvo por las cuatro rectas que encasillan mi nombre en mayúsculas por arriba y por abajo, formando una especie de composición griega muy chapucera. La otra es todavía más pretenciosa, intento mezclar ridículamente una fuente como de libro de texto con los trazos y rayajos aleatorios de puro azar característicos de las firmas. Lo más jodido es que en aquel momento tanteé la posibilidad de firmar así, tomándome mi tiempo para dibujar cada línea. Mi rebeldía adolescente iba en esa dirección. Sacar de sus casillas al administrativo de turno entreteniéndome cinco minutos con cada firmita. En fin... Entonces todavía no era consciente de la cantidad de papeles que tendría que adornar con mi rúbrica a lo largo de mi vida. 

En la otra imagen, mi firma de cuando tenía once años. Se puede apreciar claramente que no tenía nada que perder. Me dijeron que firmase y firmé. Durante cinco años, mi DNI pareció recortado de una de esas hojas cochinas de la libreta de Alternativa a la Religión. La firma del que todavía no ha empezado a tener preocupaciones. La firma de una persona que aún no ha completado suficientes cuadernillos Rubio. Esa firma.





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